
LAS PLANTAS DE MIS PIES
Recuerdo con las plantas de mis pies los senderos por los que he andado. Recuerdo la sensación de blandura al pisar fuerte sobre el polvo de los caminos; la tibieza de la arena en la playa; el frío del océano Pacífico; el suave y tibio pelaje del perro regalón en el campo. Correr y correr por el trebolar todavía húmedo de rocío. Pies de niña; pies libres y desnudos; pies que, de piedra en piedra, se curtían todos los veranos. Pies que subían y bajaban por el monte sin hacer caso a las ramas ni a las espinas. Pies cada vez más duros… ¡invencibles!... ¡Que tiempo habría más tarde para desespinarlos y suavizarlos en invierno!
El tiempo pasa, los caminos también; los pies siguen andando cada vez más lejos del campo de la infancia; cada vez más lejos de la libertad; las huellas en las plantas quedan… ¡se hacen perennes!
¡Cuánto soportan! ¡Cuánto caminan! ¡Cuánto recuerdan!...Así como en las palmas de mis manos está impreso el futuro, en las plantas de mis pies está escrita mi vida entera, con sus ires y venires; con sus esclavitudes y sus libertades; con sus felicidades y sus desdichas; con sus encuentros y sus desencuentros.
Todo el peso del cuerpo lo soportan las plantas de los pies…todo el esfuerzo de estar elevada, también ¡Con razón están duras, ásperas, plegadas en mil surcos! Ellas conservan el recuerdo de los caminos y cuántas veces hicieron, con Machado, “camino al andar”
Hoy rindo homenaje a esta parte de mi cuerpo, tan infravalorada, y levanto mi copa por ellas, por las plantas de mis pies que me han llevado de norte a sur; de cordillera a mar; que se han paseado entre la hojarasca y han chapoteado en esteros, ríos, lagos, mares y océanos.
Recuerdo con las plantas de mis pies los senderos por los que he andado. Recuerdo la sensación de blandura al pisar fuerte sobre el polvo de los caminos; la tibieza de la arena en la playa; el frío del océano Pacífico; el suave y tibio pelaje del perro regalón en el campo. Correr y correr por el trebolar todavía húmedo de rocío. Pies de niña; pies libres y desnudos; pies que, de piedra en piedra, se curtían todos los veranos. Pies que subían y bajaban por el monte sin hacer caso a las ramas ni a las espinas. Pies cada vez más duros… ¡invencibles!... ¡Que tiempo habría más tarde para desespinarlos y suavizarlos en invierno!
El tiempo pasa, los caminos también; los pies siguen andando cada vez más lejos del campo de la infancia; cada vez más lejos de la libertad; las huellas en las plantas quedan… ¡se hacen perennes!
¡Cuánto soportan! ¡Cuánto caminan! ¡Cuánto recuerdan!...Así como en las palmas de mis manos está impreso el futuro, en las plantas de mis pies está escrita mi vida entera, con sus ires y venires; con sus esclavitudes y sus libertades; con sus felicidades y sus desdichas; con sus encuentros y sus desencuentros.

Todo el peso del cuerpo lo soportan las plantas de los pies…todo el esfuerzo de estar elevada, también ¡Con razón están duras, ásperas, plegadas en mil surcos! Ellas conservan el recuerdo de los caminos y cuántas veces hicieron, con Machado, “camino al andar”
Hoy rindo homenaje a esta parte de mi cuerpo, tan infravalorada, y levanto mi copa por ellas, por las plantas de mis pies que me han llevado de norte a sur; de cordillera a mar; que se han paseado entre la hojarasca y han chapoteado en esteros, ríos, lagos, mares y océanos.