LEYENDA DE UN GRABADO QUE HAY EN EL COMEDOR DE ZEMITA.
          De pié en la puerta de la casa aguarda,
          con suave inquietud de enamorada,
          la vuelta cotidiana del esposo
          la dulce compañera, cuya vida
          encerrada en el marco de ventura
          de un plácido cariño compartido
          desliza su existencia cual la mansa,
          corriente del arroyo en un oasis
          Tranquilo horizonte ceniciento
          diluye poco a poco sus colores
          y destiende los pliegues de su velo
          vagido perfumado de la tierra,
          la bruma, mansamente, entre las sombras.
          La brisa saturada de los ocres
          efluvios de las flores otoñales
          desprende con murmullos misteriosos
          de la copa nostálgica del árbol
          las hojas, que dormidas van rodando.
          Alegre el fuego en el hogar crepita
          y alumbra con llama juguetona
          la plácida quietud del interior.
          Un tibio ambiente de ternura flota, 
          cual caricias de madre y de mujer.
          Oculto en la penumbra el blando nido
          entreabre su regazo perfumado; 
          y sobre el blanco del mantel resalta
          la dorada corteza de los panes.
          En el recodo de la senda surge
          una figura que la sombra empaña
          y con mirada  de amoroso afán
          que penetra los velos de la bruma
          distingue la dulce compañera
          la adorada silueta de su esposo
          y vagando en sus labios la plegaria
          que brota de su pecho agradecido,
          tiende su frente, palpitando, al beso.
                                                    Ramón Rivas Ramirez
          Mayo 13/ 1907
 
 
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